Los acordes de
guitarra eléctrica sonaban en la rivera del río Urubamba; un
resplandor blanco-azulado iluminaba la parte inferior del ala derecha
de Crusader y, tras unos
segundos, un crujido sacudió el aparato. El resplandor se apagó y,
tras unas cuantas coces, el tren de aterrizaje derecho fue separado
de su anclaje y descartado a un lado. Scootaloo se tomó un segundo
para secarse el sudor de la frente con la satisfacción de un trabajo
bien hecho.
-¡Oh,
yeah! Adoro esta canción. I’m on a Highway to hell…!
Canturreando
al ritmo de la música, la pegaso saltó sobre Crusader
ayudada por sus alas para estudiar el trabajo que todavía tenía por
delante. Había quitado el tren de aterrizaje, lo cual reducía
muchísimo el peso del vehículo; todavía le faltaba quitar todo el
fuselaje que no fuese necesario para la integridad estructural,
aunque eso la obligaría a volar a baja altura. Para ella no era un
problema, pero los unicornios y los ponis de tierra no toleraban bien
la baja presión atmosférica.
Tras
unos minutos, Scootaloo tomó un mando a distancia y apagó la
música; necesitaba hacer cálculos y los ritmos de ACDC la
distraían. Fue una suerte que Sweetie Belle cogiera combustible
extra, deberían tener la cantidad exacta para despegar y volver a
Cusco. Había descubierto también que un fallo en el lector del
combustible la había hecho calcular mal el tiempo de vuelo que les
quedaba, no cometería el mismo error otra vez. Luego necesitaría
construir algo que flotara mientras Crusader tomaba velocidad
para despegar sobre el agua y…
Algo
se movió entre la densa vegetación. Scootaloo se giró hacia el
origen del sonido.
-¿Hola?
¿Sweetie Belle, Applebloom, sois vosotras?
No
hubo respuesta, pero algo volvió a moverse. Scoots saltó del avión
y se metió rápidamente en el interior del mismo, dirigiéndose a un
compartimento de donde sacó un objeto alargado: un arma humana
llamada fusil. Con ayuda de Applebloom había podido adaptarla
para ser usada por una pegaso, mediante un simple enganche que dejaba
el gatillo al alcance de sus alas. No pretendía en absoluto disparar
a nada ni nadie, pero las guías de supervivencia decían que la gran
mayoría de animales peligrosos huirían al escuchar la detonación
de un arma de fuego.
La
pegaso salió fuera de nuevo y subió sobre un ala de Crusader
para tener una mejor panorámica. Lo que fuera que se había movido
fuera ahora guardaba silencio, pero eso no tranquilizó a la potra.
-Sal,
bonito, si no te voy a hacer nada… Venga, no me hagas esto cuando
estoy sola…
Tuc.
Algo
impactó contra el fuselaje de Crusader; Scootaloo se giró
para ver de qué se trataba.
Una
lanza.
La
intensidad del sol se redujo sobre la zona; una lluvia de lanzas y
flechas se precipitó sobre la potra. “Entonces lucharemos a la
sombra...”
-¿Quién
crees que pudo esconderse en ese taller? -preguntó Sweetie Belle.
-Ni
idea. Podría ser cualquiera que apareciera aquí tras la migración.
Me pregunto si estará bien, quizá logró escapar.
-Eso
espero, Applebloom. Será mejor que nos demos prisa en reparar a
Crusader para salir de aquí.
-Sí,
algo me huele… ¿Escuchas eso?
Ambas
amigas se detuvieron para aguzar el oído; por encima del ruido del
agua podía escucharse un sonido bastante inusual. Sonaba como un
silbido lejano y tremendamente agudo que se iba volviendo más y más
fuerte por segundos.
-¡Mira
ahí! ¡Es Scoots, viene a saludarnos! ¡Hey, Scoots!
-Creo
que… no es eso, Sweetie.
La
pegaso naranja galopaba a toda velocidad impulsándose con sus
pequeñas alas, y llevaba el fusil al lomo. Pero no se dirigió a sus
amigas: pasó junto a ellas, y estas pudieron ver que el el silbido
agudo no era más que el grito histérico de ella que decía
“¡¡correeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeed!!”; de hecho, hasta
pudieron apreciar el efecto doppler por la velocidad. Efecto que por
alguna extraña razón no se producía en su mundo natal, lo habían
descubierto al llegar a la Tierra.
Y,
por el camino que había aparecido Scootaloo, un montón de ponis
aparecieron: Grandes, fuertes, gritones y armados con lanzas, arcos y
otras armas primitivas. Sweetie Belle y Applebloom decidieron que,
quizá y solo quizá, la estrategia adoptada por su amiga pegaso era
la más adecuada en vista de la situación.
Unos
cuantos monos observaron con divertido interés como el trío de
potras corría por sus vidas.
Los ponis salvajes persiguieron a sus presas sin bajar un ápice el ritmo de su carrera; las potras giraron tras unas rocas y pasaron por una zona de densa vegetación; luego se perdieron tras unos enormes árboles... y algo cayó al agua. Un grito informó que tres yeguas jóvenes y apetitosas habían caído al agua, y los ponis salvajes giraron en redondo para perseguir a las potras que iban corriente abajo a toda velocidad.
Varios kilómetros después alguien consiguió atraparlas... y rugió su frustración al cielo.
Allá donde los salvajes habían perdido de vista a las potras, algo se removió entre el fango de la orilla del río. Una bola de barro se alzó se sacudió, abriéndose a continuación unos enormes ojos naranja.
-Despejado -susurró.
Algo se descolgó desde un árbol; atada a una rama con su propia cola, Scootaloo miró alrededor para confirmar lo que decía su amiga.
-Sí, creo que los hemos perdido. Sweetie, puedes salir, ¡has estado genial!
Junto a Applebloom, un nuevo montón de barro, esta vez aderezado con algo de musgo y hojas varias, se alzó, abrió los ojos y puso cara de asco.
-Estoy... horrible, ¡horrible!
-No vayas a hacer como tu hermana y desmayarte, ¿eh? ¡Peor momento imposible!
-¿Cómo pudiste construir esos tres maniquíes con ramas, enredaderas y musgo tan rápido mientras corríamos? -preguntó la poni de tierra amarilla mientras hacía lo posible por sacudirse el barro de encima-. ¡Fue increíble!
A pesar de la gruesa capa de barro, ramitas y demás inmundicias selváticas que cubrían la cara de la joven unicornio, pudieron apreciar una expresión de orgullo en su rostro. Su cuerno brilló bajo el barro y, como si fuera simple agua, se escurrió hasta dejar su pelaje limpio de toda suciedad.
-He practicado mucho con mi magia, querida.
Applebloom saltó al agua para limpiarse y Scootaloo bajó del árbol.
-Y ahora... ¿qué hacemos? No podemos volver con
Crusader.
-Pues... no veo más posibilidades -expuso Applebloom con preocupación-. Sabemos que las vías del tren desde Cuzco no son practicables, y no hemos visto ninguna locomotora en Aguas Calientes. Las carreteras están derruidas por tramos, o cubiertas de vegetación, y podría llevarnos una semana caminar hasta Cuzco.
-Está el camino de la selva -señaló Sweetie Belle sacando un panfleto turístico que había recogido en Aguas Calientes-, pero esos locos deben conocerlo mejor que nosotras.
-Bueno, ese panfleto... ¿no dice cómo llegar?
-Espera, que está en español, lo traduzco: "
Para tener más información, hable con nosotros". Genial.
Las tres se miraron inquietas.
-La pregunta es, ¿quiénes son esos locos?
-No, os equivocáis las tres.
Todas respondieron a esa frase juntándose y mirando en la dirección de la que había surgido. Era una voz femenina, pero algo grave y raspada. Algo se movió entre los arbustos y una yegua salió sin intentar ocultarse o mostrarse hostil; era de pelaje amarillo oscuro, y sus crines eran un degradado de grises, como un arcoiris en blanco y negro. Sobre la cabeza llevaba un salacot blanco, y vestía un chaleco verde de exploradora ahora raído por el timepo... y las tres jóvenes yeguas abrieron tanto la boca que se hicieron daño en la mandíbula.
-Las preguntas correctas son: "¿Qué hacéis vosotras aquí?" y "¿Podéis ayudarme a salvar el mundo?"