jueves, 9 de noviembre de 2017

Día 3 de 365: "Sargento primero"

Mientras observaba cómo los soldados arrastraban al desgraciado, el sargento primero Gutierrez dio una última calada a su celta, lo lanzó al suelo y lo aplastó con la bota. El joven fue arrojado a tierra y encañonado, quedándose de rodillas, demasiado aterrorizado como para intentar hablar.

La guerra se volvía más compleja cada vez: nuevas armas, nuevos vehículos y tácticas, pero había métodos que no cambiaban jamás con los años. El espionaje era uno de ellos, y jamás era fácil desenmascarar a un espía, especialmente durante una guerra civil. El joven tenía acento andaluz, aunque Gutierrez no podía precisar de dónde exactamente. "Yo no he sido, sargento, yo no he sido". "Sucio golpista", murmuró un soldado cercano.

Gutierrez no dijo una palabra, manteniendo el temple. En el fondo le afectaba lo ocurrido, ver cómo en una guerra civil los hermanos se giraban contra hermanos, los amigos contra amigos. Españoles contra españoles, golpistas, rojos, republicanos, anarquistas... ¿Acaso importaba, al final? Una excusa más para matarse entre ellos. "Al paredón" ordenó sin alzar la voz, y el desgraciado fue levantado entre gritos desesperados de clemencia. La república estaba perdiendo la guerra: Madrid había caído, y se preparaban para la que probablemente sería la última gran batalla, en el Ebro. El alto mando no planeaba rendirse, no podían permitir que un solo espía diese la más mínima ventaja al enemigo. El destino de ese desgraciado estaba sellado desde el momento en que fue capturado.

El sargento primero regresó  a la casa que había adoptado como propia en aquel pueblo semi abandonado. Casi todos los vecinos habían huido hacia el norte, hacia Francia, intentando evitar la locura de los golpistas, capaces de asesinar a familias enteras con una mera acusación. Caminando, sacó el paquete de celtas y se llevó uno a la boca, buscando un encendedor por todos los bolsillos. "¿Necesita fuego, sargento primero?", preguntó una señora. Este se acercó y aceptó gustoso la caja de cerillas que esta le entregó; tras encender su cigarro, le devolvió la caja junto a una diminuta nota asida a la misma.

La señora tomó ambos y los guardó en la cesta que portaba. Ambos se miraron y se despidieron cortésmente. 

Al otro lado del pueblo, se escuchó la orden de un cabo seguida por el repiqueteo de los fusiles Mauser.


Día 3 de 365.
9 de Noviembre

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